Los "güeteros", fuegos artificiales en fiestas

Los "güeteros", fuegos artificiales en fiestas

 

Hace unos cuantos años, pero no muchos, muchos, en tiempos más bonancibles en la economía municipal, el programa de fiestas incluía el atractivo número de los fuegos artificiales. Y, ciertamente, en algunas ocasiones, fueron majos. Recuerdo que, ante el estruendo atronador producido por el eco de las bombas (yo me encontraba junto al Portal de Santa María) exclamó unos de los espectadores cercano: ¡Co…que viene Sadan!

 

Y, de nuevo, nos remontamos, no a mi infancia y la de otros muchos que ya ni peinan canas, sino al siglo XVII y XVIII. Creo que nunca nuestros paisanos artificieros, que los hubo, llegaron a tener más fama y compromisos de categoría. Los vemos tanto en las Fiestas de San Fermín, en Pamplona, como en los festejos en el santuario de San Gregorio.

En Pamplona, durante muchos años, Bernardo Zazpe, de Tafalla, fue el encargado de los castillos de fuego en los Sanfermines. A su muerte, los responsables municipales de los regocijos de la capital del reino encontraron sustituto en los hermanos arqueños José y Francisco Zurbano.

El Archivo Municipal de Pamplona dejó constancia del hecho el 14 de abril de 1694.

En esa fecha nuestros protagonistas contaban con cuarenta y nueve y treinta y ocho años, respectivamente, pues, según consta en el Libro 1º de Bautismos de la parroquia de Los Arcos:

“ en 24 de septiembre de de 1645, yo, D. Miguel de Iñigo, vicario, bauticé a Joseph, hijo legítimo de Joseph Zurbano y de Andresa Sainz. Padrino: Pedro Los Arcos”. “En 22 de noviembre de 1656 bauticé a Francisco Zurbano, hijo de Joseph Zurbano y de Andresa Sainz, padres legítimos y vecinos de esta villa. Padrino: Martín de Alegría. D. Martín de Chavarri (vicario perpetuo, rubricado).

 

Los años 1694 y 1695 cobraron 130 ducados, aclarando en el año 1695 que se trataba de un “Castillo de fuego”. ¿Cómo sería? Sin duda un espectáculo llamativo, propio de la época barroca. No consistía en una simple quema de pólvora y su correspondiente estruendo. Para la ocasión se sumaban carpinteros que se ocupaban del armazón del castillo y pintores decoradores del ambiente.

“La corrida de toros continuó hasta casi oscuro, que pareció hora para entrar el carro de fuegos y, habiéndolo puesto en medio de la plaza (se trataba de la actual Plaza del Castillo, aunque no con las mismas dimensiones), se quemó aquel con aplauso de todos los que lo vieron, y se dio fin a la fiesta”.

También volvieron en años posteriores, por ejemplo en 1697 y 1700. Sus hijos continuarían el oficio. Joseph Zurbano, en su testamento deja una manda a favor de su hijo Juan Joseph con “todos los instrumentos de sus fuegos”.

Seguramente que éste siguió encendiendo muchas mechas. Si alguien tiene en sus manos la Historia de los fuegos artificiales de Pamplona, escrito por don Luis del Campo en 1792, verá estos datos y otras cosillas.

 

Y donde también se lucieron artificieros arqueños, fue con ocasión de la fiesta de san Gregorio cada 9 de mayo, en muchos años de la segunda mitad del siglo XVIII.

De buenas a primeras pensábamos que se trataría de la misma familia de los Zurbano. Pero quien disparaba los fuegos en la estupenda atalaya de Piñalba fue Miguel López. Debieron ser más destacados los fuegos con ocasión del traslado de las reliquias del santo al nuevo camarín, en 1770. Pero fue tanta la pujanza del santuario en esa época, que hasta culminaban los actos religiosos en honor del santo con la quema de abundante pólvora. Solían costar 50 reales.

 

 

 Víctor Pastor Abáigar.

 

           

 

 

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