Timo a la Tiburcia por el hojalatero
Timo a la Tiburcia por el hojalatero
Don Pablo Rodriguez, que ejerció como párroco por los años cuarenta, relata un curioso sucedido que
tuvo lugar en 1883. Sin duda lo transcribió de la versión verbal recibida de vecinos de la villa. lo
reproducimos como página de picaresca local. Dice así el famoso cronista:
"Tenía la señá Tiburcia - una anciana piadosa y en extremo sencilla- la costumbre de subir todas las
mañanas de cuaresma al Calvario, rezando las cruces. Terminado el rezo, se despedía del Santo Cristo
de la ermita con un sentido coloquio en voz alzada. En su oración pedía al Señor por la salvación de
su alma y dejaba caer en el interior de la capilla algunos céntimos de limosna por el enrejado de la
puerta.
Un hojalatero presenció esa escena cierto día que estaba cogiendo hierba para los conejos en las
viñas que rodean a la ermita, y se le ocurrió una idea poco laudable, pero muy original. Con una
llave falsa abrió la puerta del Calvario y, escondido detrás del frontal del altar, esperó el día
siguiente la subida de la infeliz Tiburcia.
Impaciente estaba ya el ratero, anhelando el momento de llevar a cabo su plan tan bien urdido. Desde
la reja observaba la subida de las mujeres y se refugiaba en su escondite, al acercarse las devotas,
que iban pasando ante la capilla rezando la duodécima estación.
Llegó por fin el momento esperado... Divisó a la señá Tiburcia, que subía "zarra,zarra", a paso de
cangrejo. Como de costumbre, después de las cruces, se asomó a la reja de la puerta del Calvario y
comenzó a pedir al Señor por su eterna salvación.
- ¡Santo Cristo del Calvario!, oye las súplicas de tu sierva. Tú que perdonaste al buen ladron,
perdona también a esta pecadora arrepentida.
En aquel instante el hojalatero, desde su escondite, pronunció con voz grave y dulce acento esta
frase del Señor: "Hoy serás conmigo en el paraiso..."
Es de adivinar cual sería el asombro de la cándida mujer al escuchar aquella revelacion del mismo
Señor, tan consoladora y halagüeña. Estaba segura de haber odio la promesa del paraiso y no acertaba
a creerselo. Volvió a suplicar y, por segunda vez, escuchó la misma voz. Ya no cabia duda alguna;
pero, queriendo conocer los detalles de su muerte, preguntó al Santo Cristo por la hora de su
tránsito feliz a la gloria.
- Morirás - le contestó el hojalatero - a las tres de la tarde, a la misma hora que yo expiré en la
cruz.
Aquella mujer se derretía en lágrimas de gozo y agradecimiento y no sabía apartarse de la puerta de
la ermita. Creyó el hojalatero llegado el momento oportuno para su timo y , dejando oír de nuevo su
voz, le dijo:
- "Mira, Tiburcia, para entrar en el cielo, es preciso que me subas ahora mismo los dineros que
sacaste de la venta del vino. Vete y no me hables mas, que me vas incomodando. Vete y no digas nada
a nadie."
Obediente a la voz del Señor la infeliz anciana regresó al pueblo, tomó el zacuto con las catorce
onzas, importe de la cuba, y subió otra vez al Calvario. El hojalatero oteaba desde el interior del
Calvario la bajada de la sencilla mujer y le daba saltos el corazon, mientras esperó impaciente su
vuelta con los dineros del vino. Por fín vio con alegria asomar a lo lejos la silueta encorvada de
la anciana, ascender lentamente y llegar hasta la puerta.
- Ahí tenéis, Señor -exclamó Tiburcia- todos mis dineros. Y dicho y hecho arrojó la bolsa con las
catorce monedas.
- En premio a tu obediencia -dijo el timador- yo también cumpliré mi promesa. No me hables más y
hasta la tarde.
Las lágrimas brotaban de los ojos gastados de la señá Tiburcia y la alegría asomaba a los ojos del
hojalatero. Este tomó la bolsa, una vez alejada la mujer y, desviándose del camino, entró en el
pueblo, no sin que fuese visto, al cruzar la viña, por unos campesinos.
La desgraciada devota se acostó y mandó llamar al cura. (El médico no hacía falta, porque anhelaba
una muerte feliz). Su familia no acertaba a comprender el lenguaje de la moribunda. Lo atribuían a
una chifladura de los años. Mas, cual sería su sorpresa, al escuchar el relato de la anciana, y
sobre todo,¡al notar la falta de las catorce onzas de vino!
Intervino la justicia, fué detenido el timador y conducido a la carcel, pero como el hecho no pudo
comprobarse con certeza absoluta, después de unos meses en la carcel, fué absuelto y liberado."
Muerte de Tiburcia
Aunque el relato presenta a la Tiburcia como una venerable anciana, contaba tan solo 47 años cuando
le ocurrió este episodio.
La vida le guardaría muchos años más, para poder seguir "haciendo las cruces". Concretamente hasta
el año 1904, donde consta el acta de defunción:
"Día trece de julio de mil nuevecientos cuatro, a las cuatro de la madrugada, habiendo recibido los
sacramentos de penitencia, sagrada eucaristia y extrema unción, murió en esta villa de Los Arcos
Tiburcia Ayegui, de sesenta y ocho años de edad, hija legítima de José Ayegui y Josefa Tolosa,
naturales de esta villa y viuda de José Calahorra, natural de la misma. Y al día siguiente fué
conducido el cadaver al campo santo de esta villa, con los funerales de limosna. Y firmé. Enmendado
Tolosa. Valga. Simeón Diaz de Ilarraza (rubricado)"
Del libro "Historia de las ermitas de Los Arcos" de Victor Pastor Abaigar
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